La piedra en el zapato,
azote de huleras y culebros.
De la leonera.
Por Manuel Ábrego.
Se vende la parte de atrás de la Cueva de
los Leones, la que da al panteón. Quizá para algunos no sea novedad, pues uno o
dos socios de los escasos que le quedan al Club de Leones llevan años
insistiendo en que se venda no solo un pedazo sino todo completo.
El Club de Leones de Tres Valles está como
dice la canción de “La Llorona”, “ayer maravilla fui y ahora ni sombra soy”.
Iniciado en los ochentas con más de cuarenta miembros, hoy a los balazos junta
doce, si bien hay más en la lista, pero no asisten.
De sus fundadores quedan pocos, Don
Artemio, Valentín y Luis Reyes López, Benigno Tronco, Agustín Valenzuela y
otros que ya ni quieren saber de los felinos.
De todos modos, su Cueva sigue siendo el
salón de eventos más adecuado de Tres Valles, y pudiera ser el mejor, pero hoy
está hecho un desastre a pesar de que se alquila en grande cada que hay finales
de cursos en las diferentes escuelas.
En la graduación del CECYTEV el pasado
viernes diez, pudimos apreciar no las goteras, las cataratas que caían de las
láminas del techo, al grado tal que hubo quien se saliera al aguacero
argumentando que estaba más seco que adentro. Del alumbrado ni se diga, como
que faltan lámparas.
Su estacionamiento aparte de tétrico en
las noches, es un pantano cuando llueve, y del altruismo original, queda el
recuerdo. Uno de los más grandes exponentes de ese altruismo fue el hoy extinto
Gabriel Ortega Grajales, quien decía que “No es buen León el que no sabe dar”.
Imposible olvidar al Leonismo de los ochentas
y quizá un poco de los noventas, cuando festejaban a los abuelos, traían
médicos a veces extranjeros y regalaban lentes, o como la Fundación “Hernández
Zurita” que dejó de venir gracias a que las autoridades no les apoyaron.
No todo fue miel sobre hojuelas,
recordamos que el hoy difunto Luis Tejeda Domínguez procedía con el Club como
un dictador, o que había socios que llegaban ebrios a las reuniones.
Hoy nos queda el recuerdo de aquellos
quince de septiembre en que los Leones festejaban a la Patria, o las ceremonias
en que recordaban a aquellos de sus seres queridos de quienes Dios quiso que
terminaran sus días.
Era emotivo ver a las Damas Leonas
depositando una flor en un sitio ex profeso del salón como mudo homenaje a cada
ausente, y después, en una mezcla de remembranza y oración, de todos ellos se
decía que “Nos miran desde la colina de la inmortalidad”.
¡En la torre!, dijo el buitre y siguió
bailando, pero al ritmo de: “No soy Napoleón, pero me siento León”.
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