La piedra en el zapato,
azote de huleras y culebros.
De los compadres que
defienden.
Por Manuel Ábrego.
Decía un dicho mexicano: “No me defiendas
compadre”, aludiendo a los errores de querer ayudar a alguien pero al final se
le perjudicaba más que si lo hubieran dejado solo.
Al señor gobernador del estado, tan pronto
como el Caso de la Narvarte empezó a ponerse color de hormiga, le sobraron
defensores que iban desde el periódico del PRI Gobierno de Veracruz hasta los
diarios aparentemente más afamados.
A cualquier mandatario de Veracruz le
hubiera pasado lo mismo, dada la mala fama de la entidad de que aquí son más
efectivas las acciones contra los comunicadores opositores, pero lo curioso del
caso es que tan pronto lo defendieron, la Opinión Pública empezó su
maledicencia.
Como todos sabemos, el Gobierno del aún
Distrito Federal no es priísta, y por política, la mejor decisión del mandatario
veracruzano fue tomar el toro por donde se dejara y declarar en relación a los
asesinatos del periodista Rubén Espinosa Becerril y demás, ocurridos donde
gobierna el perredismo.
Si no lo hubiera hecho, nada más
satisfactorio para los amarillo bilis que llamarlo por los conductos oficiales,
o sea el Congreso de la Unión, aunque hubiera sido a la española, nomás por
fregar.
Esa decisión de declarar era un deber
político, pues como ha sucedido, en Veracruz hasta decir “Padre nuestro” se
politiza. Pero había otro deber, el cual no se pudo cumplir: neutralizar de
alguna forma, con la influencia del Gobierno estatal la causa que obligó a huir
de Veracruz a dos de los extintos.
Aún es tiempo de neutralizar con acciones
legales y con el poder de Xalapa, el miedo a ser comunicador. Si no es así, en
el futuro va a ser más tranquilo ir a algún país islámico y decir que Mahoma
era primo de Jesucristo, que escribir en Veracruz.
¡En la torre!, dijo el buitre y siguió
bailando, pero al ritmo de: “Que corra el periodista que lo están buscando”.
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