La piedra en el zapato,
azote de huleras y culebros.
De las armas falsas y
verdaderas.
Por Manuel Ábrego.
Cuando un servidor era más chavo que
ahora, circulaba una revista de manufactura gringa llamada “Frentes de guerra”,
a la par de otras revistas de batallas en mar y aire. Y en la televisión cada
domingo pasaba un programa, también de guerra que se llamaba “Combate”.
Los unía una característica, que los gringos
eran siempre los buenos aún si no
ganaban, y los otros eran los malos, como diría un gringo de triste fama, eran “bad
hombres”.
Siempre en nuestro País ha habido armas en
los juegos infantiles, sean de fábrica o de manufactura casera, casi artesanal.
Ya en el siglo diecinueve el eximio poeta Juan de Dios Peza en su obra “Fusiles
y muñecas” nos hablaba de armas de palo de madera de árbol vegetal.
Allá por los setentas y ochentas hubo un
tiempo en que se pidió que no se fabricaran ni vendieran juguetes bélicos,
porque “podrían conducir a la violencia”, se decía.
Pocos años habían pasado desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial, y se hablaba de Hitler que había reclutado niños como
soldados. Se creía, luego se confirmó, que en otros países los gobiernos
incorporaban infantes al ejército, y piadosamente se callaba que en la Revolución
Mexicana hubo niños soldados.
Al ingreso a cualquier rama de las Fuerzas
Armadas se le llamaba “Carrera de las armas”, y al Ejército se le conocía como
“Instituto armado”, que no es lo mismo que ir armado al Instituto, de lo cual ya
se dio el caso en México con resultados lamentables.
Jamás en aquellos años se aclaró el poco
tratado asunto de los que ni eran tan niños ni fueron tan héroes, sino
adolescentes y casi adultos, pero no niños, de forma que los párvulos de
aquellos años pensamos que eran chamacos como nosotros y por ende, podíamos
armarnos.
Si no nos envolvimos en una bandera y nos
arrojamos al aire, fue porque para ir al Castillo de Chapultepec hacía falta
permiso de nuestros padres y las banderas estaban algo caras.
En la modernidad tresvallense, en el medio
rural y en la ciudad se repite como siempre entre los menores, la moda de
armarse con palos clavados y muy bien escuadrados que simulan armas, sobre todo
en ranchos donde la cacería es muy natural para completar la exigua dieta, y
hay ejemplo.
Así pues, en las rancherías hay
verdaderos maestros en el uso de armas de fuego, y de ahí a que gentes aviesas
al
igual que en la ciudad usen armas en el delito hay un paso. Afortunadamente son muchísimas más las
personas que se apoyan en una bala para comer su caza que las de las otras.
No
hay en México la cultura al estilo gringo de poseer un arma, asociarse para
disfrutarla y demás, que en sí es un arma de dos filos, pues de repente los de
aquel lado hacen cada desaguisado matando gente que hay que fregarse.
Aquí nos asombramos de los gringos con sus
locuras, al fin pueblo armado que siempre se mete en otros países defendiendo
sus mezquinos intereses y que para fomentar la cultura de las armas formaron
hace décadas la NRA, o sea la National Rifle Association, gran rectora de las
armas entre la gringada.
En la república Mexicana, si un Ayuntamiento
necesita un arma, debe de efectuar trámites ante un sinnúmero de dependencias oficiales,
y durante su uso por la Policía Municipal, debe de inspeccionarla la SEDENA.
No sabemos si los malandrines tengan
iguales trabas, suponemos que no, y de inmediato las deben de tener a su
disposición como ocurrió hace algunos días, para la deleznable tarea de matar
infantes, y no precisamente de Marina. Ya superaron a Hitler.
Hoy no hay buitre, en homenaje a esos
niños asesinados.