La piedra en el zapato,
azote de huleras y culebrtos.
De mortuis nihil, nisi
bene.
Por Manuel Ábrego.
Dios Nuestro Señor llamó a Su Casa al cura
Gabriel Martínez Hernández, si bien no se cierra ningún capítulo de la historia
de Tres Valles, pues el cierre fue cuando dejó de ser cura en el activo, y nada
más en su historia.
Le costó trabajo, pues él nunca se quiso
retirar e incluso quiso promover entre la feligresía la idea de que no debía de
retirarse aunque lo dijera el entonces obispo José Guadalupe Padilla.
Al igual que Nuestro Señor
Jesucristo, todo sacerdote tiene parte
divina, parte humana, y el hoy extinto don Gabriel no fue la excepción, y usó
ambas, a veces en la política. No hay que olvidar que nuestra Santa Madre
Iglesia es la política más antigua en la Historia de la Humanidad.
Nuestra parte divina exige que tengamos
misericordia de todos en todos los aspectos de la vida. La parte humana dice
que no debemos tener misericordia y estacionar nuestros vehículos en la
banqueta, aunque los fieles y los infieles tengan que bajarse a la calle para
caminar.
Llegó a Tres Valles cuando aquí no había
política ni religión, en su papel fomentó esta última como lo que era, un buen administrador
y un tipo inteligente y persuasivo, lo que le permitió conseguir fondos del
Pueblo y administrarlos para construir un montón de capillas.
Poco a poco Dios fue mandando obreros a
su mies, llegaron curas a otras parroquias y le fueron quitando terreno a don
Gabriel, además de disminuirle las entradas económicas.
Un día le trajeron un chamaquito moreno
nacido en Nopaltepec, a quien bautizó,
el moreno tuvo un cerebro enorme, llegó a gobernador del estado y en muchas
ocasiones le tendió la mano a don Gabriel. Incluso le llegó a prestar un helicóptero
para viajar a Xalapa a resolver un problema.
Lo cual demuestra que a la hora de ayudar
con helicópteros, aunque sea a un colega en desgracia, los gobernadores no se
andan por las ramas, más bien ayudan a andar por las nubes.
El cura de referencia nunca trabajó solo,
aparte de Dios Nuestro Señor le ayudó el Pueblo, pues sin Dios y sin el Pueblo
ningún cura hace nada, por muy bueno que sea para los billetes. Lo anterior,
partiendo de la premisa de que los riquillos y los alcaldes también son del
Pueblo.
Él mismo nació rico. A su señor padre,
don Ignacio Martínez, el gobierno le expropió y le pagó un terreno donde ahora
está el Primer Cuadro de Tres Valles.
Abarcaba desde donde venden hierbas en
Cuatro Caminos, hasta frente al Bar El Torito, a la esquina de Aquiles Serdán y
Boulevard Presidentes, y hasta una esquina del panteón. No lo donó, como
aseguraba el ilustre religioso, con la complicidad escrita de algún cronista.
Más da el duro que el desnudo, dicen los
españoles. En su tiempo, tuvo mucha influencia al menos con dos presidentes
municipales, Pedro Aguilar Ibáñez, de muy grata memoria, caballeroso y
respetuoso de todas las creencias, y Javier Ochoa Cortés.
En la administración de este amigo, don
Gabriel determinó que había que quitar el poste con lámparas que estaba a medio
parque, pidió una grúa a la Papelera y se quitó. A un servidor lo mandaron de
la empresa a dirigir la maniobra.
Alguna vez se interrumpió la Misa en la noche, porque alguien gritó que lo iban a matar, y de esa situación salió un mal para una familia amiga de esta ciudad, que gracias a los amigos del jefe de esa familia y al buen trabajo de un licenciado que le echó ganas, resultó en la inocencia del implicado.
Todo cura tiene un parte divina y una
humana. La humana ayuda a reírse cuando a otro cura que hace sombra le pega de
cachetadas algún nativo de este lugar. La
divina hace que se gane la gratitud de aquellos a quienes les otorgó los
Sacramentos, y al mismo tiempo hace que el religioso de marras viva en
santidad. Juzgue el Divino Maestro.
¡En la torre!, dijo el buitre y siguió
bailando, pero cuando los músicos se echaban una melodía. Y les decía:
“Échenle, pero que no suene”.
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